Episodio 10. Sin esperanza.

Written in

by

Continuación de

—Capitán, ¿tiene un segundo?

—Claro, sargento Gigs.

—Verá, señor, no quería comentar nada delante de los embajadores que lo acompañan. Es un tema delicado.

—Ya veo, sargento. ¿Qué ocurre?

—Señor, no puedo darle todo el apoyo táctico que solicitó. No disponemos de esos medios ahora mismo. Es confidencial.

—Sargento, sea más claro. Soy el capitán de caballería Zachary Foxx, del primer regimiento intergaláctico de la compañía ranger Patrulla Galáctica. Yo mismo soy confidencial.

—Señor, alguna mente preclara de Montaña Beta ha enviado a todos los equipos Delta disponibles a Europa. Nivel 10 de operaciones encubiertas.

—Joder, sargento, ¿qué coño dice?

—Señor, le informo de esto por respeto a nuestros viejos tiempos en la AIS. Le ruego no me joda.

—Descuide, sargento. Puede confiar en mí. Pero, ¿en qué están pensando? ¿Europa?

—Por eso no quería decirle nada delante de los embajadores; es muy embarazoso reconocer que todavía no tenemos el control total del planeta. Esos putos señores de la guerra europeos nos están dando de lo lindo, señor.

—¿Qué tienes para nosotros?

—Me temo que tengo el material y poco más. Nada de refuerzos. Entra en zona de guerra usted solo. Tiene mi bendición, capitán, pero es posible que mueran todos.

—Gracias, sargento. Eso ayuda mucho.

Zachary Foxx salió del callejón donde Gigs le había abordado con el ceño fruncido y cara de pocos amigos; aquello no era lo que esperaba. Tenía en mente un plan de ataque rápido y conciso, y lo que se había encontrado era una misión suicida en una zona caliente y sin ningún tipo de refuerzo. No le eran extrañas las situaciones límite, pero evitarlas a toda costa era su prioridad.

Caminó por la base con la cabeza gacha y pensativo dando un rodeo hasta llegar a un viejo barracón destartalado y con algunos agujeros de bala como decoración en la fachada. Entró furioso y cerró la puerta al cruzar. Delante de él esperaba su tropa ociosa descansando tras un largo viaje desde Tortuna.

—Vale, gente —dijo alzando la voz—. Sin rodeos, ni paños calientes: estamos solos en esto.

—Sabía que era una mala idea contar con el ejército de tierra —protestó Doc, que jugueteaba con las proyecciones sólidas de sus programas.

—No vamos a protestar —ordenó Zachary Foxx—. Goose, vas a ser el zapador en el territorio junto conmigo. Doc y Niko seréis los corredores. Embajadores, se quedan aquí.

—Ni hablar, queremos acción —dijo Zozo.

—Queremos intervenir —el embajador andoriano quiso rebajar la tensión con su voz sosegada—. Podemos aportar nuestra experiencia de guerra.

—Vamos a Nueva Jersey. Es un mundo distinto, embajador: guerrillas urbanas callejeras; bandas armadas organizadas de mercenarios; mafiosos paramilitares; extremistas políticos con grupos tácticos operativos; refugiados armados demasiado asustados para preguntar antes de disparar; grupúsculos religiosos radicalizados con material remanente de guerra. Y en mitad de todo eso, la policía de la Tierra intentando limpiar la zona.

—Lo gracioso de todo esto —intervino Doc—, es que a un empresario le entraron ganas de construir una urbanización exclusiva de lujo y que todos los líderes de esos grupos viven allí en paz y armonía. Allí es donde se encuentra Brappo.

—No le veo la gracia —dijo el embajador Waldo.

—Ya la encontrará, Waldo; en algún debe tenerla oculta. —replicó Doc—. Para su conocimiento, Nueva Jersey es pequeña. La mayor parte de la antigua población se ha distribuido por el continente y han mejorado mucho sus condiciones de vida. Pero allí se quedó lo mejor de cada casa formando entre todos un núcleo precioso de vileza.

—Menos cháchara —cortó el capitán—. Venga, tropa, servicio de armas. Quiero hierros pesados en vuestros hombros y os quiero blindados hasta las cejas. Todos al pie de los vehículos a las 1300h. Goose, vas en moto. Doc y Niko, en el todoterreno. Yo iré delante con el otro vehículo. Nada de uniformes; ropa de calle. En la frontera nos dejarán pasar sin problemas y lo mismo a la vuelta. El plan es llegar de una pieza a la «cabaña» del asqueroso de Brappo. Entramos como sabemos. Le arrestamos y volvemos a la frontera antes de que se enteren los amiguitos del capo. ¿Estamos?

—Rangers —gritaron todos a la vez.

Gooseman se adelantó con la moto. Las barreras de la frontera, situada en el antiguo peaje, se levantaron al paso del comando, tal y como había aventurado el capitán. Cruzaron los dos todoterrenos a una alta velocidad. El primero era conducido por Zach, el segundo por Niko acompañada de Doc.

Goose estuvo con ellos cuatro kilómetros más y después se perdió entre las calles polvorientas de lo que una vez fue una enorme ciudad dormitorio llamada Newark. La luz intensa del sol de la tarde bañó las fantasmales calles silenciosas. Todos masticaron la calma tensa que precedía a cualquier batalla.

Los pocos valientes que caminaban por la ciudad eran los olvidados del sistema y los perdidos de una sociedad que ya no les correspondía. Correteaban entre la basura y los ladrillos caídos en busca de algo que llevarse a la boca horadando los restos de los contenedores vacíos de la ayuda humanitaria. Algunos curiosos miraban el paso de los vehículos con extrañeza y desconfianza. Pasaron delante de uno de los muchos y prósperos centros clandestinos dedicados a las modificaciones robóticas para gentes sin recursos o que deseaban disfrutar de la tecnología sin las pegas y las limitaciones de las regulaciones legales. Prostitutas y chaperos revoloteaban sin censar por los callejones aledaños para ganarse el pan que alimentaba sus vacíos estómagos. Y debían trabajar mucho para pagarlo, porque un mendrugo rancio costaba más que cualquier arma de gran calibre en el mercado negro.

Ese mercado era el que dominaba Brappo, tanto en la Tierra como en el Cielo. Sus retorcidas manos movían los hilos de las sombras en las que se trapicheaba con cualquier cosa a la que se le pudiera poner un precio. Y cuando hablamos de cosas no se descarta en absoluto a personas de cualquier raza galáctica. Brappo era un emigrado de la Zona Muerta que había prosperado con negocios ilegales en todos los planetas en los que había habitado, y ahora no quería perder la oportunidad de plantar su putrefacta semilla en el territorio terrícola; la niña bonita de la Liga de Planetas.

Como era lógico, en cuanto puso el primer pie en la ceniza que cubre el suelo estéril de la Tierra, supo que este era el Valhalla que había esperado toda su vida. ¿Cómo sentirse como un extraño entre lo mejor de los hijos de los humanos?

Era peligroso, era poderoso, era rico. Por supuesto que tuvo que enfrentarse a las bandas locales, pero Brappo se movió con discreción y rapidez ayudándose de su inteligencia. ¿Para qué luchar si la Galaxia es el límite? Ofreció tratos, dinero, negocios importantes a quienes jamás hubieran podido soñar con alcanzar gloria semejante. Unas sonrisas, unos apretones de manos y unos disparos en la nuca a las gentes correctas y el negocio floreció. No era el emperador de Nueva Jersey, pero no le hacía falta. Todo el mundo recurriría a él para lo que fuese, y eso le convertía en el que mandaba.

—Os cubro. Movimiento a vuestra una —dijo Goose por el interfono.

—Copiado —respondió Niko. Agarró firmemente el volante y aceleró siguiendo a Zach. Junto a ella, Doc quitó el seguro de su fusil de asalto y se deshizo del sombrero de vaquero para sustituirlo por un casco de batalla.

—Localizados —dijo Doc mientras leía las lecturas por satélite que recibía el casco—. Son policías. Hemos avisado a las autoridades locales, pero no os fieis por mucho que luzcan una placa.

Bordearon a toda velocidad la ciudad hasta alcanzar su extremo sur. Allí comenzaban las aberraciones arquitectónicas a mayor gloria de sus constructores en forma de mansiones imposibles. Cada metro de aquel lugar era un insulto a la humildad y al buen gusto. Pisaron el acelerador porque a partir de aquel instante el tiempo corría en su contra. En aquel rincón del mundo no iban a encontrar a policías cansados y mal pagados para defender los intereses de los habitantes. Aquel era territorio de robots de última generación de defensa y de mercenarios aburridos con ganas de apretar el gatillo.

Doc conectó su placa y activó el implante 5 de su cerebro. En un teclado holográfico insertó comandos y claves durante unos instantes.

—Ya estoy enlazado con la IA de la casa de Brappo. Sistemas de defensa desconectados. Estoy echando una rápida visual a las cámaras de seguridad. Creo que el objetivo está en el salón. Derivo conexión al satélite espía para que fotografíe la zona con cámara térmica.

—Estamos teniendo suerte, chavales —dijo Zach al grupo por el intercomunicador—. Llegaremos en dos minutos. Dos minutos. Recibo señal del satélite espía. Confirmado: el objetivo está en el salón en principal.

Niko ajustó la cinta de su escopeta «mala leche» contra su cuerpo y apretó los dientes. Doc regresó de su inmersión cibernética y se ajustó el cinturón de seguridad.

—¿Salón principal? —preguntó Doc con cierta sorna—. Yo ni siquiera tengo salón.

—No es el mejor momento, amigo —dijo Niko mientras clavaba su mirada en el vehículo delantero que conducía su capitán—. Pero un pajarito me ha dicho que estudiaste en un colegio de postín, Doc. Que tus padres tienen dinero.

—Ya hablaremos —contestó Doc arrugando la nariz. Niko sonrió levemente y ambos cubrieron sus rostros con los embozos.

Entraron en la propiedad de Brappo sin llamar y pisaron el perfecto césped verde con las gruesas ruedas de los vehículos, destrozando todo a su paso. Derraparon y maniobraron marcha atrás para empotrar los coches contra los enormes ventanales de la fachada de la casa.

Bajaron con rapidez mientras Goose aparecía de la nada con su moto y montaba guardia en la entrada del edificio.

—Tres minutos y contando. De momento, despejado —informó al resto de la tropa.

Zach, Niko y Doc barrieron la zona apuntando con los fusiles. Localizaron al único sirviente de la casa y lo inmovilizaron en el suelo. Avistaron a un robot antropomorfo vigilante apostado en un pasillo de la planta baja. Parecía inmóvil y en estado de espera. Zach no quiso correr riesgos y activó su implante. Su brazo biónico respondió emitiendo una fulgurante luz amarilla y disparó un rayo contra el robot. Una columna humeante y un intenso olor a cables quemados es lo único que quedó de parte del tórax y de la cabeza del robot.

Doc avanzó entre los restos y al llegar al otro lado del pasillo divisó una gigantesca estancia. En el centro del lugar, sentado en un enorme sillón se encontraba un paralizado Brappo con los ojos desorbitados y presa del pánico. Sin mediar palabra, Doc bajó el arma y extrajo de una bolsa de campaña una mortaja de trapo para cubrir la cabeza del objetivo. Brappo no opuso resistencia salvo por unos pobres lloriqueos y gemidos mientras era levantado por los brazos. Doc y Niko guiaron al cegado Brappo por el camino hasta llegar a los vehículos.

Abrieron ambos maleteros y en uno de ellos metieron al gran Brappo. Tumbado sobre el suelo le introdujeron dentro de la capucha que lo cubría un respirador de oxígeno y asieron su cuerpo con unas cinchas de seguridad. Cerraron los maleteros a la vez y montaron con celeridad.

—Goose, nos vamos —ordenó Foxx por el intercomunicador.

Ambos vehículos salieron a la vez de la casa, precedidos por la ruidosa moto de Goose. Tras unos pocos kilómetros de avance, volvió a perderse entre las calles de la ciudad.

—Tenemos unos cinco minutos antes de que nos localicen —señaló el capitán.

—No será por el localizador de Brappo —intervino Doc desde el otro lado de la línea—. Está dentro de la caja de Faraday y he dejado a Firefly con él para que neutralice a todo rastro de su cuerpo.

—Buen trabajo, Doc —contestó el capitán—. Me preocupan los mercenarios y los robots.

—Ni se van a enterar, capi —replicó Goose—. He cortado un par de nódulos de comunicación y he acabado con uno de los vigilantes biónicos que rondaba la casa.

—Gracias, Gooseman. Con un poco de suerte, salimos de esta. Vamos.

El camino se hizo eterno y no bajaron la guardia hasta que no dejaron atrás el paso fronterizo. A pesar de estar en territorio amigo, no bajaron la velocidad de los vehículos.

Una vez dentro de la base bajaron al maltrecho Brappo. El viaje había sido movido y el alienígena había vomitado el maletero entero.

—¿Eso es crema de cacahuete? —dijo Doc taponándose la nariz—. ¡Qué asco!

—¿No vomitáis en los colegios de ricos? —preguntó Niko.

—Niko, a mi despacho —repuso de la mala gana Doc mientras agarraba por el brazo a su compañera y la arrastraba hacia otro lugar.

Ajenos a la escena, Zach y Goose trasladaron a Brappo hasta la sala de interrogatorios. Unos paramédicos androides examinaron al detenido y lo limpiaron con cuidado bajo la atenta mirada de los rangers. En ese momento llegó el sargento Gigs a la sala.

—No sabe cómo me alegra que estén de vuelta.

—Y a nosotros, sargento —dijo Zach sin dejar de mirar al reo.

—Quiero a mi abogado —balbuceó un todavía mareado Brappo.

—Sargento, ¿no le apetece echarse un cigarrillo? —planteó Goose clavando su mirada en el soldado.

—No fumo.

Unos segundos de silencio le bastaron al sargento Gigs para comprender que sería buen momento para empezar a fumar. Carraspeó y se marchó de la habitación con la cabeza gacha cerrando la puerta tras de sí.

—Bueno, amigo Brappo —comenzó diciendo Zach—. ¿Qué sabes del súper jugo que estaba en posesión de un idiota llamado Aw Tuss? No te hagas el tonto, por favor. Nos lo ha contado todo el buen Aw Tuss.

—No hablo tu idioma, humano —dijo desafiante Brappo.

—No te preocupes, amigo. Cuando empecemos contigo serás capaz de pedir clemencia en todas y cada una de las lenguas de la Galaxia.

—No hablo tu idioma, cabrón.

—Sí, te hemos oído. Y lo siento por ti, amigo.

—Vuestras cabezas ya tienen precio en la calle, idiotas. No sabéis con quién os enfrentáis.

—Ya nos preocuparemos de eso después, amigo.

Los gritos rebotaron entre las paredes de la sala. Nada salió de allí. Los golpes y las órdenes reverberaron por aquellas cuatro paredes durante unas horas. El sudor condensado en el papel barato que cubría los muros. Las gotas de saliva y sangre esparcidas por el suelo. Los ojos rotos de mirada perdida y chorreantes de lágrimas y dolor. Los nudillos enrojecidos en carne viva. Las toallas mojadas y las botellas de agua tiradas por el suelo. Nada salió de allí. Nada, excepto un hilo de voz expulsado entre unos labios quebrados e hinchados que apenas pudieron pronunciar el nombre que los rangers necesitaban escuchar: el Gran Jefe.

Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.