La ciudad aburría del sosiego y de la calma que imperaban en sus cuatro costados. A decir verdad, aquella tranquilidad tenía un único motivo. El mediodía estaba a punto de entrar en acción y los dos soles achicharraban el escaso asfalto con el que se había intentado civilizar aquel infierno que alguno, en un alarde de imaginación, llamaba ciudad.

El verano en el planeta Raw 12 era una leyenda por su dureza, crueldad y exigencia, pero aquel verano era peor. Salir a la calle era un acto de heroísmo y locura. La temperatura de aquella zona del planeta rozaba la incompatibilidad con la vida, pero siempre había seres en la naturaleza que desafiaban los límites en toda la galaxia, entre ellos los humanos y demás razas antropoformes; sobre todo si había dinero a raudales con el que motivar y estirar aquellos límites.

Raw 12 era una colonia minera, por lo menos aquella zona del planeta lo era porque, como en otras muchas ocasiones, en cuanto se descubría algo interesante y aprovechable en una zona, automáticamente se aparcaba el glamour y el romanticismo de la exploración de un planeta para entrar directamente a mancharse las manos con la dura faena de esquilmarlo; previo soborno a la ciudadanía autóctona, por supuesto.

Y para darle un poco de colorido a aquella aventura, el dinero de la minería atraía a todo tipo de personajes, llamados aventureros y valientes desde los cómodos sillones de las clases pudientes, pero que en realidad eran los supervivientes de los desesperados, abandonados y desposeídos de un sistema que poco a poco limitaba sus aspiraciones. Y bajo el manto de los mineros, solían colarse los imprescindibles representantes del crimen que, ajenos a los rigores de los largos trayectos o del clima, estiraban sus propios límites para arañar y rapiñar los beneficios de otros a base de chantajes, extorsiones, apuestas, drogas, prostitución y todas aquellas actividades en las que machos y hembras de todas las especies invertían inconscientemente sus escasas ganancias.

Como todas las colonias, la prisas por construir dotaban al lugar de un urbanismo caótico y poco dado al preciosismo. Las casas de madera se juntaban con las cabañas de colonización, salpicadas de estructuras de ladrillo que algún valiente llamaría apartamentos, pero que no eran más que nidos de cucarachas. Las calles pobremente iluminadas, mal señalizadas y poco pensadas eran un ejemplo del escasísimo interés por la ingeniería urbana. Todo era un postizo pastiche con la pretendida intención evocadora de una idea de recogimiento y refugio al que acudir tras una interminable jornada de trabajo en las minas. Y para ayudar a buscar aquella sensación, sabiamente se procuraban aprobar todas las licencias que se podían a todos aquellos que quisieran abrir una taberna: los lugares más visitados sin duda alguna de todo Raw 12. A lo único a lo que se prestaba atención en aquellas colonias galácticas eran a las cloacas, por supuesto aquello después de algunas muy malas experiencias y varias rigurosas leyes al respecto.

Desde el interior mal refrigerado de una de aquellas tabernas, dos hombres miraban por uno de los ventanales hacia la polvorienta avenida.

—Van a ser las doce, Goose.

—Lo sé, Doc.

—¿De verdad vas a hacerlo? Es que no me lo creo.

—Ya veremos. He jugado buenas cartas.

—¿Qué cojones? Si no le diste ninguna opción.

—Le he dado opciones, ¿por quién me tomas? Sigo las normas.

—Creo que hay como unas cien mil leyes contra esto, Goose.

—Ya serán algunas menos.

—Pero las hay.

—Puede, quizá, tal vez. ¿Quién sabe? Esto es Raw 12. Ni siquiera tienen un patrullero fijo que reparta justicia. Por eso estamos en esta situación.

—Montaña Beta nos mandó aquí a calmar los ánimos y para enseñar músculo.

—Porque la situación era muy delicada.

Goose alargó el brazo hasta la mesa contigua y agarró un pequeño vaso lleno de zarzaparrilla. Nunca había bebido zarzaparrilla. Aquella era la llamada Taberna de la Zarzaparrilla y parecía el sitio idóneo para probarla. Dio un largo trago y depositó el vaso bocabajo sobre la mesa. Se hizo una nota mental para no volver a pedir zarzaparrilla en su vida.

—Tal vez se les haya ido de las manos, no lo niego —dijo Doc—, pero eso no quiere decir que tengamos que arreglarlo por la vía rápida.

—Somos soldados, Doc. Estamos aquí para aplicar soluciones efectivas a problemas reales. Él es un problema. De hecho, es el mayor de sus problemas.

—Puede que ese tipo sea un pedazo de mierda con patas, de acuerdo. Pero tiene derechos, chaval. No estamos en la Zona Muerta. Esto es territorio de la Liga de Planetas. Además, este planeta está bajo protectorado de la Tierra. Ya tenemos suficiente mala fama. Si Montaña Beta se entera…

—¿Te vas a chivar? —Goose lanzó una mirada desafiante hacia Doc Hartford—. No te creía uno de esos.

—Claro que no —dijo Doc luchando contra el nudo en la garganta que acababa de hacer acto de presencia—. Además, quién sabe si esto es algo al margen de la ley. Yo no soy abogado.

—Puede que funcione o puede que no. Simplemente quiero probar una vía rápida para regresar con nuestros compañeros y continuar con los casos más importantes que nos esperan encima de nuestras mesas.

—En realidad no tenemos despacho, ni mesas. De hecho, sólo tenemos una triste sala en el quinto subsuelo de Montaña Beta. Echo de menos trabajar a la luz del Sol.

—Pues estamos en el sitio indicado —Goose señaló con la barbilla hacia la ventana. En el exterior, los soles se empleaban a fondo. Parecía como si no se fueran a detener hasta derretir cualquier cosa que hubiera posada sobre la superficie del planeta.

La máquina de aire acondicionado hizo un extraño ruido. Sus tripas chirriaron de la forma que suelen hacerlo las cosas carentes de mantenimiento y el soplo de aire se entrecortó. El tabernero, con la experiencia acumulada tras largos años tratando con aquel aparato, asestó cinco precisos manotazos sobre la chapa de la máquina y esta recuperó el resuello y el aire frío volvió a circular pobremente por la estancia.

—Son las doce, Doc.

—Esto no es buena idea.

—A pesar de nuestras diferencias, ¿cuento contigo para la cobertura?

—Rangers para siempre, cabronazo.

—Bien —dijo Goose. Se encaminó hacia la salida seguido con la mirada por su compañero y el sorprendido tabernero. Goose se detuvo antes de salir—. Tabernero, sirve un poco de zarzaparrilla a mi amigo, y a mí ponme un buen vaso de whisky. Volveré.

El tabernero pestañeó dos veces antes de procesar la orden.

—¿Whisky? —dijo extrañado al aire—. ¿Qué mierda es whisky? Te van a matar, hijo de puta.

Pero su respuesta cayó en el vacío porque Goose ya había salido de su establecimiento. Desde la ventana, Doc contempló a su compañero caminando por la polvorienta y solitaria avenida bajo el castigo de los soles camino a una taberna que había justo enfrente. Doc levantó de una silla una pesada escopeta de repetición y tiró del pasador para que entrara el primer cartucho en la recámara.

—En menos de un minuto vas a ver un milagro, tabernero —dijo mirando por la ventana—. Tus ojos contemplarán a la mierda lloviendo del cielo.

—Van a matarlo. Y después van a matarte a ti. Y puede que me maten a mí por haberos servido una copa.

—Si me sirves la zarzaparrilla, es muy posible que les ahorre ese trabajo.

Goose caminó despacio por la calle hasta llegar a la mitad del camino hacia la taberna. Levantó la mirada y clavó sus pupilas en la puerta de entrada. Sintió el ligero viento de la tarde abrasando la piel de su cara.

—Marmadón de Trarix. Ya es mediodía —elevó la voz lo más alto que pudo hacia la puerta.

Tres figuras salieron por la puerta de la taberna. Marmadón era de una especie humanoide muy parecida a los elfos de los cuentos: alto, delgado, de pelo morado largo y liso, con orejas puntiagudas y grandes y mirada distraída propia de aquel que no le daba mayor importancia al resto de seres que coexistían con él en la galaxia. Bajo la pesada levita asomaban dos grandes pistolas automáticas de empuñaduras nacaradas. Flanqueándolo, dos seres humanos con raídos sombreros tejanos y adictos a los esteroides sonreían al incauto que se había plantado en mitad de la calle.

—Ya es mediodía —insistió Goose.

—Veo que en la academia de capullos os enseñan a leer las horas en un reloj —replicó Marmadón causando carcajadas entre sus secuaces—. Efectivamente, patrullero. Son las 12 y aquí sigo.

—Te pedí que abandonaras el pueblo antes de las 12 del mediodía de hoy, Marmadón.

—Eso hiciste, sí. Y mis hombres casi se orinan de la risa. Yo no tengo mucha práctica en eso del humor. Me vas más la cosa seria.

—Son las 12 y sigues aquí —incidió Goose. Parecía imposible, pero de su frente no asomaba ni la más pequeña perla de sudor. Su pose estática le hacía parecer una estatua enclavada en el sitio.

—Lo que se te olvidó contarnos son las consecuencias de desobedecer. He hecho memoria de tu visita de ayer y de tu asquerosa boca de patrullero no salió ni un solo comentario.

Goose apartó a un lado su poncho y exhibió claramente los revólveres que solían acompañarle en sus aventuras. Como detalle de buen gusto, se negaba a bautizarlos con algún nombre ostentoso que quedara para la posteridad, y eso que ya se estaban ganando una fama entre la selecta clase criminal galáctica.

Las tres figuras quedaron en silencio desde lo alto del porche de la taberna. Los tres llevaron sus manos lo más cerca que pudieron de sus pistolas ante la amenaza velada del patrullero.

—Tienes muchas agallas, patrullero —dijo Marmadón—, pero en Raw 12 no se vive mucho con agallas. Eso sí, te recordaremos todos con una sonrisa en los labios.

—Ando escaso de paciencia. Las 12:01 y todavía sigo viendo tu fea cara de criminal en el pueblo.

—Este pueblo es mío —escupió el de Trarix.

—Estarán mucho mejor sin ti.

—¿Acaso estás reclamando mi trono?

—Lo reclamo.

—Mira que hay que ser idiota —dijo Marmadón entre risas.

El aire se detuvo y sólo quedó el calor. Nada se movió y nada creció durante aquellos críticos segundos. Marmadón desenfundó con la velocidad del rayo sus dos pistolas que rugieron fuego rojo para cerrar la boca a aquel desgraciado patrullero.

Goose no se quedó atrás y desenfundó el revólver de la cartuchera de la pierna derecha y efectuó un disparo.

Marmadón cayó de un certero impacto de bala directo en mitad del pecho. La munición pesada de Goose desplazó un metro hacia atrás el cuerpo de su contrincante, que cayó al suelo luciendo un agujero cauterizado donde antes estaban el esternón y sus costillas.

Sus secuaces se movieron despacio debido a la sorpresa y rapidez de los duelistas. Cuando el miedo les dio un respiro, desenfundaron. Goose disparó una segunda vez y también regaló otro agujero en el pecho al nuevo incauto que lo había desafiado empuñando su arma. Cuando se giró para abatir al tercero, se encontró con un guiñapo de carne tambaleante con un hilo de humo negro en lugar de cabeza. A su espalda, Doc Hartford tiraba del pasador para recargar con una nueva bala su escopeta pesada.

Goose enfundó el arma y volvió hacia la taberna de la que había salido. Cuando pasó junto a Doc, sonrió.

—Ves, te dije que todo era legal. Él desenfundó primero.

Entró en la taberna y se dirigió hacia la mesa donde había dejado el vaso bocabajo. Doc entró después de él con cara de pocos amigos. Ambos agradecieron el hilo de aire fresco.

—Menuda jeta tienes, Ganso. Nos van a crucificar.

—Ya te he dicho que él sacó sus armas primero. Hay testigos: medio pueblo estaba mirando desde las ventanas.

—Ese tipo podría haberte matado. Menos mal que tienes tu poder curativo y el implante.

—Me temo que no, amigo.

Goose levantó el vaso y dejó al descubierto su placa de Ranger. La cogió y la colocó sobre su pecho.

—¿Has ido sin la placa? —preguntó escandalizado Doc.

—Tenía que ser un duelo limpio.

Goose activó el implante gracias a su placa y su poder curativo aumentó de intensidad. Se deshizo del pesado poncho y Doc y el tabernero contemplaron la camisa del patrullero empapada en sangre por el lado izquierdo. Un agujero bastante considerable, regalo de Marmadón, atravesaba de lado a lado el costado de Goose. Su carne se recompuso a medida que transcurrían los segundos. El poder curativo no inhibía el dolor y el patrullero gesticulaba y apretaba los dientes mientras sus células luchaban por reconstruirse y juntarse. Al cabo de un rato, se vio con fuerzas de sonreír a los presentes.

—Ahora, con vuestro permiso, voy al baño a mear un poco de sangre. Cuando regrese, Doc, nos marchaos a casa.

Goose caminó despacio hacia la parte trasera de la taberna. El tabernero y su compañero lo siguieron con la mirada.

—¿Y ahora qué, patrullero? —preguntó el tabernero después de que Goose desapareciera por el oscuro pasillo.

—Ahora sois dueños de vuestro destino, hasta que llegue otro Marmadón de vetetúasaberdónde y os joda un poco más la vida sin que opongáis resistencia. Disfrutadlo mientras podáis. Pero yo que tú me compraría la escopeta más grande que pudiera encontrar y se la metería por el culo a todo aquel que intentara joder a este pueblo con su mala baba. Si de verdad quieres ser un hombre y tener la libertad y el futuro esperanzador que ibas buscando cuando saliste de la letrina que llamamos Tierra, deberás hacer frente a todos los cabrones que no ven en vosotros más que a una panda de borregos y alienígenas fácilmente impresionables. Aprieta el gatillo y muere, pero no vivas agachando la cabeza esperando a una ayuda que quizá jamás vuelvas a tener, tabernero.

—Me refería a qué queréis beber ahora, putos patrulleros flipados.

—Ah, ese «ahora qué».

Doc levantó el fusil pesado y disparó. El enorme barril de la zarzaparrilla explotó en mil pedazos y su contenido bañó todo lo que encontró a su paso en un radio de varios metros, incluido al tabernero que había echado cuerpo a tierra en cuanto vio que el patrullero subía el cañón del arma.

—Un té con limón, por favor. Y mi amigo quería un whisky, pero creo que se conformará con un buen vaso de agua. Gracias.

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Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.