Episodio 17. Desde Ruan con amor.

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—¿Desea el postre la señora? —preguntó el camarero.

—No lo sé, la verdad. He comido demasiado—contestó Natavla.

La mujer se sentía prisionera de su cinturón y las costuras de su camisa de seda luchaban por mantenerse juntas. Apoyó la espalda en el respaldo de la silla. Sobre la mesa, los cadáveres de las botellas de vino se acumulaban a un lado, junto con copas medio llenas sin apenas catar. El camarero sonriente retiró el último plato vacío.

—Señora presidenta, siempre me dice lo mismo

—Ah, ya lo sé, Martin. Soy consciente de mis debilidades. Siempre que pienso que algo es una mala idea, me lanzo a ello como una fanática. Es como ese corte de pelo tuyo: crees que te favorece, pero no.

—Siempre hace bromas con mi pelo, señora. Me lo voy a tomar como algo personal. Esta vez, como castigo le haré esperar antes de servirle el postre.

—Perdona, Martin. Soy una bobalicona. No me hagas caso. He tenido un día horrible en la oficina. Y eso me recuerda que tengo que regresar cuanto antes.

—Entonces, ¿nos saltamos la bomba y pasamos al aburrido café de Marte?

—Me temo que sí.

—¡Qué lástima, señora mía! Hoy el cocinero ha elaborado una obra maestra.

—Sucio bribón. Si la tentación camina ante mis ojos, cómo no voy a caer.

—Pues es mi deber comunicarle que esta tentación es para matar por ella —dijo el camarero guiñando un ojo.

—¿Lo ha conseguido?

—Se ha levantado a las cinco de la mañana sólo para preparárselo, señora presidenta.

—¿De verdad lo ha logrado?

—Perfecta, total y completamente integrada para su deleite: la primera nuez de Macadamia de la Tierra en más de 80 años está ahora mismo flotando dentro de su bomba, mi señora.

—¿Seré la primera en comerla?

—Usted será la única en comerla.

—Blasfemaría ahora mismo si las religiones estuvieran permitidas.

—Hágalo. No se preocupe, quedará entre nosotros.

—Añade unos cientos de créditos en la propina, Martin. Os lo habéis ganado.

—Sí, señora presidenta.

El camarero se retiró con paso acelerado y desapareció tras las puertas de la cocina. El resto del restaurante estaba vacío, como siempre, y como ella se ocupaba de que estuviera. A los clientes VIP se les permitía aquel tipo de jugadas, para su tranquilidad y disfrute. Un cliente de tan alto nivel como Natavla Tandini tenía las puertas abiertas a eso y a mucho más.

La luz de la tarde entró por las ventanas del rascacielos y regó el lugar con rayos suaves y sedosos de un intenso color naranja. Estaban en el edificio más alto de la ciudad, a un palmo de las escasas nubes que surcaban el frío cielo azulado. Natavla se sintió como si estuviera comiendo en la misma mesa que Dios. Aunque era mejor no expresar en alto dicho sentimiento porque las leyes contra los cultos eran muy estrictas.

Mientras consultaba unos emails en su tableta de datos, el camarero regresó de la cocina portando una bandeja con una mano y ella comenzó a salivar como debían hacerlo las bestias al contemplar al pequeño becerro perdido en mitad de la pradera.

Martín sirvió sin mayores preámbulos el plato de porcelana, y ambos admiraron en silencio la obra de arte que reposaba sobre la mesa: un hermoso volcán tembloroso de bizcocho de chocolate negro traído del único lugar en el que crecía el árbol del cacao; con espesos ríos de lava de chocolate blanco puro tratado por maestros chocolateros; y un caramelo rojo elaborado a las suaves manos de los dos únicos artesanos azucareros que quedaban en el planeta. En la cúspide, a punto de rebosar, un magma de equilibrado chocolate con leche caliente cubría la hermosa nuez que asomaba tímidamente flotando sobre aquella piscina de pecado, caries y diabetes.

Natavla inspiró y el intenso olor del postre llenó sus pulmones con la bruma dulce de la felicidad absoluta.

Pensó en las pesadas y cada vez más dificultosas digestiones de aquel postre, pero se reconfortaba recreándose en el ingente placer que sentía al engullir semejante orgasmo culinario al alcance de muy pocos. El placer, si venía acompañado de un poco de dolor, sabía mejor.

—Señora presidenta —llamó el camarero interrumpiendo sus pensamientos—, permítame decirle que este tal vez sea el plato más hermoso que jamás he servido.

—Te lo permito, Martin. Oh, vaya, hasta habéis dibujado el emblema de la Tetragram con chocolate avainillado. Qué hermoso detalle.

—Un honor, presidenta.

La mujer cogió una cuchara de plata de la mesa y atacó el volcán penetrando por la cúspide. El chocolate con leche, liberado de su muro de carga, resbaló sobre el bizcocho y borró los rastros de algunos de los riachuelos de chocolate blanco. Casi sin poder disimular el ansia, se llevó el pedazo a la boca y cerró los ojos cuando sus papilas gustativas explotaron con el sedoso manjar.

Levantó con la cuchara la pequeña nuez bañada en chocolate y dejó que el exceso se precipitara con un hilo sobre el resto del postre. Engulló la nuez y la saboreó jugando con ella dentro de la boca.

—No hay nada igual en este mundo, Martin —dijo con la boca llena de nuez.

—No me lo puedo imaginar, presidenta.

—Incomparable. He comido toda la bazofia que traen de fuera, pero nada se asemeja a este manjar de dioses. Tantos años esperando han valido la pena. Y el resto del postre es sublime, como siempre. Gracias, Martin.

—Me alegro, presidenta. Coma tranquila y disfrútelo.

Martin se alejó de la mesa hasta la pequeña barra que había en mitad de la sala y se quedó allí observando atentamente a la mujer.

—Oh, joder. Mi estómago. Me duele horrores —se quejó Natavla agarrándose el vientre. Tragó a duras penas el trozo de la boca y sintió otro pinchazo. Sus dientes manchados de bizcocho asomaron entre sus labios.

—¿Quiere un poco de agua, presidenta? —se preocupó Martin. Salió de la barra y se acercó hasta Natavla.

—No, ni hablar. Voy a acabarme esto y después iré a mi doctor. Avisa a mis lacayos que vayan preparando mi coche. Están en el parking esperándome.

Se lanzó con determinación hacia el postre y lo devoró con fruición y celeridad, tragando velozmente hasta que no quedó más que una mancha marrón de chocolate sobre el plato.

Respiró profundamente y miró a Martin. Forzó una sonrisa al camarero y trató de levantarse pero el punzante dolor aumentaba por momentos. Se dio por vencida.

—Llama a mi doctor. Rápido, trae mi bolso del guardarropa y marcaré el número.

—Me temo que no va a servir de mucho, presidenta.

—¡Haz lo que te digo, estúpido!

—No creo que el doctor pueda ayudarla, Natavla.

—Me duele, me duele. Vamos, haz lo que te digo.

—Probablemente, ese dolor que está sufriendo, empeore.

—Hijos de puta. ¿De qué estás hablando? Tú no eres médico —las palabras se escurrían por la boca de Natavla—. ¿Qué me habéis dado?

—Reconozco que hoy nos hemos pasado, la verdad. Pero es que estamos cansados de hacerlo poco a poco.

—¿Hacer qué? Oh, mi estómago. No pudo más. No puedo más.

—Le recomendaría que no se aguantara las ganas, presidenta.

—No, no, no, no puede ser.

El hedor nauseabundo llenó la sala. Nada pudieron hacer los ambientadores inteligentes del sistema de ventilación. Una chorreante y espesa amalgama de color negro caía por los lados de la silla de la presidenta. De repente, las arcadas encorvaron la espalda de la mujer y vomitó sobre la mesa aquella misma sustancia. Entre jadeos y llantos miró con ojos llorosos envueltos en maquillaje difuminado a aquel hombre que observaba impasible sin moverse ni un centímetro.

—Se llama edmianto, presidenta. Es un compuesto químico que se produce por el procesado ultrarrápido que aplica su compañía minera en las piedras minerales del planeta Ruan, pero usted ya lo conoce. Esa mierda acaba en la desembocadura de un caudaloso río y ha envenenado a miles de habitantes.

—No, no, no.

—Sí, sí, sí. Desde Space Peace hemos denunciado cientos de veces este procedimiento, querida Natavla Tandini. Pero los caminos de los sobornos son inescrutables y todos miran hacia otro lado.

—Cabrón. Hijo de puta.

La presidenta cayó al suelo e intentó arrastrarse torpemente con sus débiles brazos hacia la salida.

—Lo soy, no se lo puedo negar. Verá, cuando los agentes de la Liga de Planetas toman muestras del agua, no suelen encontrar nada. «¿Cómo es eso posible?», nos preguntamos. Dimos rápidamente con la respuesta: Los agentes de la liga utilizan aparatos calibrados por la Tetragram, ¿verdad, presidenta? Además, los problemas con el edmianto surgen tras un largo y prolongado contacto con la sustancia, así que pocos son conscientes de estar enfermos hasta que ocurre lo que ocurre; que es exactamente lo que le está ocurriendo a usted. Brillante. También esto lo denunciamos, pero todo cuanto llega a la Liga de Planetas cae en saco roto.

—Me duele. Me duele.

Más vómito y excrementos se esparcieron por el suelo.

—Claro que sí, le duele. Lleva un año y medio ingiriendo mínimas cantidades de esa basura camufladas en sus postres. Ha sido un plan perfecto, amiga mía. Dos años llevamos metidos en esto. Ahora nos escucharán, pero por desgracia usted no vivirá para verlo. Ha sido un asco servirla durante este tiempo, presidenta. Aborrezco cada una de las sonrisas que le he dedicado y quiero que sepa que estoy disfrutando de este momento. Saludos de parte de todas los infantes de Ruan que murieron envueltos en sus propias heces y vómitos. Cada minuto que pasa la humanidad explorando la galaxia, se convierte en un peligro inminente para los demás seres que la habitan. Para nuestra desgracia, lastramos una maldición con nosotros y hemos hecho partícipes a los demás. Todo lo que tocamos se convierte en basura, como nuestro planeta. Pero cómo va a saberlo usted si está sentada en las alturas. Para usted, las gentes y criaturas que habitan un planeta no son más que puntos minúsculos bajo sus pies. Es hora de un exorcismo, señora. Es hora de conseguir la redención porque la galaxia no puede permitirse que disfrutemos de la misma sinrazón y libre albedrío que manejamos en su momento para arrasar la Tierra. Este es el primero de muchos actos, querida presidenta. Actos ejecutados con mano firme que iniciarán una serie de cambios a mejor en la humanidad. El primer paso es la limpieza de las impurezas, porque eso es usted: una impureza, un miasma, un cáncer, un error en el sistema que debe eliminarse sin dilación. Adiós, Natavla. Espero que agonices y sufras hasta que el Sol se apague en este sistema solar.

Para cuando cesó de hablar, el cuerpo de la mujer yacía inerte en el suelo. Sus ropas empapadas y sucias apenas recordaban a lo que una vez fueron. Un enorme y espeso charco negro rodeaba el cuerpo retorcido y enjuto de la mujer. Su pelo enmarañado ocultaba las señales congeladas del sufrimiento esculpido en su desfigurado rostro.

Martin sonrió. Retiró su delantal y extrajo una vieja cámara de fotos de carrete de un bolsillo de su pantalón. Fotografió el cadáver desde diferentes ángulos. Extrajo un comunicador y efectuó una llamada. Alguien contestó al otro lado de la línea.

—Ya está hecho—se limitó a decir Martin.

—¿Ha sufrido? —preguntó una ronca voz desde el otro lado.

—No lo suficiente para resarcir el daño que causó.

—Te lo agradezco.

—Es el comienzo, hermano. Space Peace es lo que necesitaba la galaxia para equilibrar la balanza.

—Así es. Ahora, sal de ahí y vuelve.

—A la orden, mi chamán.

Una vez que quedó satisfecho, corrió hacia la cocina en busca de la puerta de emergencia para huir del edificio. Tenía poco tiempo para escapar así que no miró atrás y apretó el paso. Simplemente corrió sonriendo mientras deseaba con todas sus fuerzas que las otras ejecuciones programadas hubieran tenido el mismo éxito que había tenido él. La galaxia estaba a un paso de salvarse.

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Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.