Episodio 16. Hola, mi amor.

Written in

by

—Hola, mi amor.

El capitán Zachary Foxx contempló desoladamente el cuerpo de su mujer. Le atormentaba no poder mirarla de otro modo, pero se sentía incapaz de hacerlo de otro modo. Casi un año había transcurrido desde que regresó con ella suspendida en aquel extraño estado que tanto desconcertaba a médicos y científicos. Suspiró profundamente y trató de serenarse.

Desenguantó su mano biológica y la reposó sobre el frío cristal que los separaba. El soporte vital emitió un pitido al contacto. Cada día era peor al anterior y la rabia y la frustración crecían en su interior; su único deseo era poder tocarla, pero los médicos no lo permitían y aquello le afectaba anímicamente.

Zachary se fijó en el lento movimiento del pecho de Alyssa inspirando y expirando. El sonido proveniente de las máquinas de soporte vital parecía atronador con respecto al silencio latente que reinaba en el lugar. De vez en cuando, algún científico o médico arrastraba perezosamente sus pies por los pasillos de alrededor. En aquel lugar se respiraba la muerte.

Zach también retiró el guante de su mano biónica y la puso sobre el cristal. No notó absolutamente nada. Era algo que se repetía en las últimas semanas. Se recordó a sí mismo que en algún momento tendría que visitar a Q-Ball para explicarle el problema, y también alguna de las anomalías físicas que estaba sufriendo. Sus compañeros de batalla también adolecían de algún problema físico, pero él no le daba importancia; y menos a las paranoias de Hartford y su insistencia de achacar sus males a la presencia del Implante 5 en sus cuerpos.

Pero reconocía que algo no iba del todo bien en su interior. De todos los problemas, el que más le preocupaba era la extrañay abrumadora sensación de picor en la carne sintética. Era enloquecedor porque, por más que rascara, nunca detenía el incómodo hormigueo abrasador e irritante. Levantó la mirada y observó a los médicos y a los enfermeros correteando de un lado a otro.

Observó con atención a las demás cápsulas vitales que llenaban la amplia sala. Se trataba de los otros supervivientes que habían llegado con Alyssa, y de otros desgraciados que habían corrido la misma suerte que su mujer a lo largo de aquel año; militares en su mayoría. Se sintió un privilegiado porque al menos él podía verla, cosa que no ocurría con el resto de pacientes porque imperaba el secreto sobre aquel asunto y se les había declarado a todos oficialmente como «desparecidos en el espacio». «El Hombre mata. La gravedad es inmutable. Y Montaña Beta hace lo que se le antoja», pensó Zach mientras miraba hacia aquellos rostros estáticos de ojos cerrados sumidos en un eterno silencio onírico. Volvió a centrarse en Alyssa.

—Lamento que los niños tampoco hayan venido hoy; estamos bajo vigilancia.

Zach tragó saliva y temió por unos instantes que no pudiera contener las lágrimas.

—Hay una pequeña investigación en marcha desde tu desaparición. Quieren joderme a lo grande, cariño. Alegan que ni tú ni los críos deberíais haber estado en la nave cuando el sistema de navegación se averió. ¡Canallas!

Se percató de que había elevado demasiado su tono de voz y sintió las miradas curiosas a su alrededor. No se molestó en disculparse.

—Son los desgraciados del Comité de Actividades y Ética. Niñatos con ganas de destacar rápidamente. Menos mal que tengo a Walsh dándoles cera, pero no sé cuánto tiempo aguantará. Tengo que ser cauto, mi vida. Aunque admito que hay otra razón de mayor peso. Reconozco que no quiero que los niños te vean así. No quiero que vean a su madre a través de este dichoso cristal que separa nuestras realidades.

Se detuvo un instante y tragó saliva con dificultad. El nudo en la garganta aprestaba por momentos.

—Perdona, no quería ser tan sincero. Joder, siempre me acusas de ser una roca emocional y ahora creo que me estoy dejando llevar. Si me vieras, te reirías de mí. Mierda, Alyssa, te echo de menos.

Un médico joven, algo rollizo, con hoyuelos en las mejillas y unas importantes entradas en su cabello rubio, se acercó hasta la cápsula de soporte y aislamiento y colocó su tableta de datos sobre el núcleo de información de la cápsula. Examinó con atención los datos que brotaban en la pantalla y asintió rascándose la barbilla ignorando por completo la escena que transcurría a su lado. Zach carraspeó.

—¿Hay alguna mejora, doctor? —preguntó el capitán al doctor.

—Nada perceptible, me temo —contestó el médico sin levantar la mirada de la pantalla.

—Ojalá algún día me pudieran dar otra contestación, pero lo entiendo doctor.

—A decir verdad estamos maravillados con esto. Es increíble este estado de crioestasis. Estamos aprendiendo muchísimo, no crea.

—¿No me diga?

—Es sorprendente, casi mágico. Si pudiéramos trasladar este tipo de sueño estático a los viajes espaciales, solucionaríamos en gran medida los problemas derivados de la excesiva exposición a los espacios cerrados que son las naves espaciales: adiós al mal del espacio, adiós a la neurosis del piloto, a las fiebres de las cuatro paredes… Por no hablar de sus aplicaciones en la industria médica.

—¿La industria médica? —Zach estaba cada vez más molesto.

—Su mujer está ahí, pero no ha envejecido ni un solo día. Es asombroso. Sus células no están muriendo. Su pelo no crece. Sus uñas no crecen. Su mujer tenía el periodo cuando cayó en este estado, y continua igual.

—No sabe cómo me alegro, doctor —replicó Zachary con inquina acariciando la cacha de su revólver.

—Yo también me alegro, capitán —dijo el doctor sin percatarse del efecto de sus palabras—. De todas formas, estamos muy pendientes del estado de su esposa. Si hay alguna evolución importante, tenemos orden de ponernos en contacto con usted.

—Gracias, doctor. Muy amable.

Zachary se rascó el brazo biónico y miro fríamente al doctor.

—De nada. Es mi obligación. Simplemente, es fascinante lo que está ocurriendo.

—Gracias, de nuevo. Ahora, si no le importa y tiene tiempo para ello, váyase a tomar por culo y no dude en meterse esa tableta repleta de datos fascinantes por dónde más guste.

—Oiga, debería vigilar esos modales.

—Oh, estoy siendo amable, créame. En realidad, me gustaría que se comiera los veinte proyectiles de este revólver.

El doctor dio media vuelta y aceleradamente salió de la vista del capitán. Zachary respiró profundamente e intentó relajarse. Sabía que no había hecho bien amenazando al doctor, pero últimamente su genio se había avinagrado y la ansiedad, en ocasiones, tomaba el control. Era consciente de que tenía que esforzarse y encontrar un medio para reconducir su conducta porque, si llegaba a oídos del comité de ética o de los psicólogos de los rangers, estaría fuera de servicio; incluso tenía la sensación de que en su última evaluación psicológica se había rozado la posibilidad de las llamadas «vacaciones forzosas».

—Ahora que estamos solos —susurró Foxx al cristal del soporte vital—. Creo que fue una trampa, Alyssa. He revisado como un millón de veces el plan de vuelo del Phoenix 1 y creo que alguien manipuló el navegador y el núcleo de GV. Es imposible que un hacker haya podido hacerlo; tiene que haber sido alguien desde dentro. Te lo cuento porque eres la única persona en la que confío, mi amor. Voy a descubrir quién lo hizo, y cuando le pille pienso meterle mi brazo biónico por el culo y activaré mi placa.

Zachary contuvo su ira porque no deseaba llamar de nuevo la atención. Además, no tenía tiempo que perder porque sabía que tarde o temprano el doctor al que había asustado volvería con alguien de mayor rango para echarle de allí.

—Perdona, cariño. No quiero que me veas enfadado.

Zachary miró a su alrededor y la sala parecía despejada, salvo por un par de enfermeras que cuchicheaban junto a la puerta de salida.

—Te echo tanto de menos que duele. No he sido consciente de estos sentimientos hasta hace poco. Siempre he dado por hecho que cuando abriera la puerta de nuestro hogar estarías dentro. Es desolador nuestro hogar sin tu presencia. Por mucho que me vuelque en los niños, faltas tú. Nada parece real si no estás cerca para compartirlo, mi amor. Sé que tú y yo siempre hemos sido muy independientes el uno del otro, pero ahora comprendo por qué nos ha salido tan bien. Echo de menos tus abrazos y tus caricias; ni veinte años juntos les han quitado valor alguno. Echo de menos que me grites porque no me he quitado las botas al entrar en casa. Echo de menos esa sonrisa tuya después de hacer el amor. Echo de menos escucharte tarareando mientras trabajas en tu ordenador. Vuelve, por favor. Estaba preparado por si alguna vez faltabas de mi lado, pero esto es distinto: estás aquí, pero no estás. Nadie sabe dónde se encuentra Alyssa Foxx, pero te miro y estás tan cerca que casi puedo oler tu perfume a través de este asqueroso pedazo de cristal que nos separa. Estoy abrumado, superado y asustado.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas. «El Hombre mata. La gravedad es inmutable. Y nadie jamás podrá aguantar el llanto eternamente», pensó. Se permitió llorar durante unos instantes. Notó el dolor agudo en el pecho y en las sienes. Extrajo un pañuelo de papel de un bolsillo y se limpió los mocos sonoramente.

—¿Te acuerdas cuando estábamos en la universidad y te dije que me habían intentado reclutar los del servicio secreto? Me miraste con esos enormes ojos marrones que tienes y por un instante pensé que me ibas a dar una bofetada. Simplemente abriste la boca y me dijiste: «Márchate y cuando cumplas con tu deber, vuelve». Fue la primera vez de muchas en la que me indicaste cuál era el rumbo que debía seguir en la vida. Siempre te he escuchado y siempre has acertado. Llevo una vida a tu lado, y ahora mismo estoy perdido sin ti. Estoy asustado, mucho más que el día que me dijiste que estabas embarazada de Jr. Mierda, aquel día casi me meo encima. He estado a punto de morir muchas veces, pero nunca he estado tan acongojado como aquel 25 de abril. Aquel día dejé el Servicio Secreto y me uní a los Rangers; aquel día fue el mejor de mi vida. Nunca antes había sido tan feliz. Estoy divagando. Perdóname, otra vez.

El médico de los hoyuelos regresó acompañado de un teniente militar del destacamento de seguridad de la base. Era un hombre joven y atlético, enfundado en un uniforme de faena planchado de manual y que exhibía orgullosamente los galones que se había ganado duramente estudiando. Zach pensó al examinarlo que era de aquellos tipos con más ego que inteligencia. Seguramente, detrás de la sonrisa de idiota que exhibía se escondiese un alto cargo o mandatario que diera alas a aquella arrogancia indisimulada.

—Capitán Zachary Foxx —dijo al llegar. A Zachary le explotaron los oídos con el desagradable timbre de voz forzado del hombre uniformado—. Soy el teniente Lexington. Le exhorto a que se comporte en estas instalaciones. Hemos recibido quejas de su comportamiento. Es usted un privilegiado, pero su rango y su posición no justifican un comportamiento lesivo hacia los trabajadores altamente cualificados de este lugar. Recomendaré que se le deniegue el acceso a esta sala durante un tiempo prudencial.

—Teniente Lexington, mil perdones —dijo Foxx con una reverencia—. No volverá a pasar. Es el estrés y me he dejado llevar por las emociones.

Zach esperó que su interpretación del hombre arrepentido fuera mejor de lo que había sonado en su cabeza. El teniente miró le miró y se ajustó los guantes.

—Me temo, que efectivamente no va a volver a ocurrir, capitán. Recomendaré que durante los dos próximos meses sea vetada su presencia en este laboratorio, y me aseguraré personalmente de que se cumpla. Le recuerdo que, aunque su rango sea mayor que el mío, yo soy el oficial al mando de estas instalaciones y está bajo mis órdenes. Por lo tanto, le ordeno que se marche a casa, capitán.

El teniente había escupido aquella última palabra. Había dejado muy clara su satisfacción ninguneando al alto rango que tenía delante.

—Teniente Lexington —contestó seriamente Zachary cambiando de registro—, se lo suplico. No me vete la entrada. Necesito saber que mi mujer está bien para poder continuar. No quiero problemas. Ha sido una broma de mal gusto. He aprendido la lección y le pido que lo olvidemos todo.

—Ustedes los rangers son gente dura, por lo que he oído. Sabrá reponerse durante este tiempo. Una reprimenda no sería suficiente porque todos sabemos la pasta «especial» de la que están hechos los patrulleros de los pueblos.

Junto al teniente, el médico de los hoyuelos estaba pasándoselo en grande balanceándose sobre sus pies contemplando la bronca que le caía al capitán. Incluso intentaba disimular la satisfacción de la venganza ocultando la sonrisa tras la tableta de datos, pero sin mucho esfuerzo.

—Los rangers nada tienen que ver aquí, teniente. Me volveré a disculpar, si lo desea, pero le ruego que reconsidere el veto que propone: es un castigo demasiado severo.

—Típico de los bravucones de su clase, capitán Foxx. Hábiles apretando el gatillo, justitos usando el cerebro.

—Se lo suplico, teniente. Me comportaré debidamente y seré un ejemplo para el cuerpo que represento.

—Poco más hay que hablar. Ahora mismo informaré a sus superiores de esta decisión. Por lo menos durante dos meses nos evitaremos limpiar el polvo que cae de su traje de faena. Vamos, márchese.

Zach contó hasta diez. Pensó que su corazón iba a saltarse por la boca y su respiración agitada podría romperle las costillas. Pensó en la culata de su revólver y trazo poco menos de mil formas distintas de romperle el cuello a aquel chupatintas y a su mísero esbirro con bata. Pero no movió un músculo. Se limitó a contemplar el cuerpo inmóvil de su mujer tras el cristal manchado de la grasa de sus manos. Se calmó.

—Está bien, teniente. Lo acepto, pero espero que lo reconsidere, de todas formas.

—Adiós, capitán. No vuelva por aquí hasta que sea convocado.

Zachary abandonó la estancia a grandes zancadas. Recogió el sombrero que había dejado en el perchero de la entrada y dedicó una mirada al teniente y al doctor, que contemplaban satisfechos el paseo humillante hasta la salida del capitán. Zach abandonó el laboratorio y caminó pensativo a lo largo de los pasillos de las instalaciones hasta la salida.

Una vez arriba, subió en su vehículo personal y puso rumbo a casa.

La noche había caído en la ciudad y con ella llegó la paz habitual que solía acompañar el final de los días. Con un suave ritmo condujo a través de la autovía en dirección hacia su barrio. La luces de las farolas iluminaban tenuemente el asfalto. Bajó la ventanilla y el aire entró en tromba en el habitáculo. El frío barrió su rostro y le ayudó a despejarse. Pensó y divagó durante un rato mientras conducía sobre la carretera con el ruido de las ruedas sobre el asfalto como única banda sonora de la noche. Pensó y llegó a una determinación.

Buscó en la agenda del teléfono del coche y cuando encontró el número que quería, pulso el botón de llamada. Esperó unos segundos hasta que descolgaron el teléfono al otro lado de la línea.

—Capitán —dijo una voz ronca.

—Eh, Ganso. ¿Qué tal vas?

—Aburrido, jefe.

—Me alegra oír eso, chico. Oye, tengo una pregunta que hacerte.

—Dispara.

—Es un tema personal, te lo advierto.

—¿En qué puedo ayudar?

—¿Te apetece joder a alguien?

Un breve silencio al otro lado de la línea dejo intrigado a Zach.

—Lo que necesites, jefe.

—Me acabas de alegrar el día, chico, te lo aseguro.

Tags

Categories

Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.