Interludio: NIKO

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Qué extraño sabor de boca deja el paso de las desgracias.

¿Por qué me siento tan desdichada?

Tenía cinco años cuando mi verdadera yo se reveló ante mí. Toqué el oso peluche que solía abrazar mi amiga Claire y súbitamente me abordó brutalmente su miedo, ansiedad, desesperación e incomprensión hacia los actos que cometía su tío sobre ella todas las semanas bajo la atenta mirada vacía y desnaturalizada de aquel que tuvo la desdicha de llamar padre. Tenía cinco años. No comprendí en aquel momento nada de lo que vi y sentí. Me callé. Aquello no acabó bien. En algún lugar de mi planeta natal hay una tumba con el nombre de Claire y los restos destripados y ajados de un oso de peluche de color azul apostado sobre la lápida vigila su eterno descanso.

Desde que me implantaron el trozo metálico digital en mi cerebro, no he podido dormir como deberían dormir los justos; los caballeros de la Justicia, nos llaman. Me dijeron que es un potenciador de alta tecnología, pero me da la impresión que no es más que una decimonónica dinamo interna. Revivo vivamente cada noche todos los trances acometidos en las últimas semanas. Nunca se detiene, nunca se apaga. Ecos, los llamaba el doctor Q-Ball. Detritos, quería decir seguramente. Energía mal canalizada, entiendo yo. En el Cosmos hay una vibrante, potente, densa, hermosa, oscilante, candente energía que emana de todos los seres inteligentes y que arrastra su huella allá por donde pasan. Ahí escarba mi don. Es un fisgón, un cotilla, un perro entrenado para olisquear pacientemente entre los escombros de la civilización con el fin de encontrar al ser atrapado entre las polvorientas ruinas.

Anhelo sus caricias. Anhelo su calor. Anhelo las horas perdidas en días de lluvia sin plantarnos si quiera en salir de nuestra fortaleza de tela, protegidos por una manta y nuestra pasión y ardor.

Mi cuerpo envuelto en las miasmas psíquicas que desprende mi aletargada mente. Acudí a los relajante y calmantes para acallar las voces eternas que viajan por el espacio buscando un alma que las reconforte frente al dolor.

No hay caricias para mí porque huyo de las manos ajenas que no saben tocar más que con lujuria y sin bondad. Patéticos seres que blanden la carne como carta de presentación para alejarse corriendo después de consumar la ansiada victoria de la baja pasión que rezuma vacía y cenicienta en un soso corazón.

Echo de menos Xanadú. Mi planeta que aún alberga a aquella que me crio. Ariel, se llamaba y fue la primera persona que intentó darme forma y que me ayudó a aceptar la engorrosa realidad que me atribuló. Ariel, la mujer del látigo y el fuego que me marcó el camino recto hacia mi propia salvación. ¿Pero hacía falta tanto dolor y lágrima viva para hacerme comprender que tengo un don?

Siento los vacíos en mi mente como ausencias fantasmales. Como si un estómago vacío intentara ser engañado a base de alimentarlo con podridas mentiras y amargo aire.

¿Por qué pienso en Claire? ¿Por qué pienso en Ariel? ¿Por qué pienso en él?

Otra vez camino sola por la calle. Otra vez no tengo idea alguna de por qué estoy aquí. Otra vez. Es el maldito microchip 5 que ha llegado a mi vida para atormentarme y recordarme que no soy más que una niña silenciosa en mitad del desierto de Xanadú. Siempre seré esa chica apartada y tímida que se quedaba jugando sola en mitad del patio mientras los demás críos huían del influjo nocivo del Sol.

Me marché y no miré atrás porque jamás sentí en mi espalda una mirada de reproche. Me fui y llegué aquí.

¿Qué hago en la cocina? ¿Por qué estoy aquí? Son las 03 de la mañana. Hace un pestañeo de mis ojos mis dedos volaban sobre un teclado holográfico insertando los datos de mi última misión. ¿Por qué estoy comiendo helado pelada de frío con la ventana abierta sentada en mi encimera?

Estudié arqueología para huir, ahora lo sé. Huía de mí misma, claro está. Encontré en los restos del paso del tiempo de civilizaciones olvidadas el bloqueo que necesitaba mi don. Sumergirme entre aquella desgracia pasada era la salvación que mi cansada mente aullaba por doquier. El entrenamiento militar vino después. Y ayudó, por supuesto. Ayudó a canalizar el animal interior que se reveló como tercero el tercero de mis yo.

Le echo de menos, pero lo maté. Me pasó por jugar con fuego y no gestionarlo correctamente. Caminar por las brasas descalza sin más ayuda que la fe en un amor sin fin ni control, suele acabar con el sabor de las cenizas del fracaso reposando en el fondo de la garganta del que lo intentó. En mi caso acabó con una bala en el pecho del traidor. Era mi deber, me dijeron, pero dolió como nada debería doler nunca.

¿Por qué me siento tan desdichada? No lo sé. No lo recuerdo. Pero no soy capaz de encontrar una sonrisa en mi corazón, ni un hermoso amanecer en las sombras de mi mente, ni alegría en mi don. Os siento, pero nadie me siente a mí. De alguna forma, os quiero, pero alejaos de mi camino porque sembráis de polución cualquier emoción que genero en mi interior. Os siento, ¿no veis el daño interno de vuestras emociones desatadas sin un sentimiento de culpa que os reprima ni os obligue a poner un poco de razón?

¿Por qué me siento tan desdichada?

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Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.