Episodio Final Temporada 1.

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El capitán Kidd y su mascota Squeegie contemplaron la pantalla sin pestañear, casi sin respirar. Al otro lado, con una forma casi fantasmal y alejada, la Reina de la Corona se comunicaba con ellos a través de unos de sus maestros esclavo.

El capitán temía a la Reina y al poder de todo su imperio, como era propio a todos sus súbditos. Aunque no siempre había reinado la brutalidad y la beligerancia en el Imperio de la Corona; años atrás había un clima muy distinto. No se atrevería a decir que era un ambiente cordial y de colaboración, pero casi. De hecho, el capitán apenas sí podía costear los gastos derivados de su actividad en el pasado, pero ahora todo había cambiado, y también su suerte porque sus arcas lucían repletas de botín.
Podía sentir la inquietud de su mascota temblando en su hombro. No era para menos porque, incluso desde la distancia, la Reina podía eliminarlos con un chasquido de dedos. No era magia, era más bien una muy surtida red de colaboradores y espías. Cualquiera en su propia nave podría ser un soldado de la Reina. Se planteó por un instante si merecía la pena pasar a toda su tripulación por la quilla.

—Quiero más humanos, Kidd —se repitió la reina esbozando aquella sonrisa capaz de congelar un sol.

—Sí, mi reina. Pero la tarifa será más cara —se limitó a ofrecer el capitán con su semblante serio y adusto.

—Se te pagará en proporción a la calidad de tu trabajo, pirata avaricioso.

—Es un trabajo peligroso, mi reina. Y debe ser importante si vos misma estáis en mi pantalla solicitando mis servicios.

Kidd sabía que no debía jugar duro con ella, pero no quería dejar pasar la oportunidad de ganar un buen dinero y de que se le reconociera su labor.

—No tientes a mi inexistente paciencia, capitán —dijo la Reina sin que su sonrisa decayera ni un milímetro. Aquello asustó a Kidd.

—Vos tenéis un ejército, yo a esta panda de rufianes —explicó señalando a su tripulación—. Todos ellos son buenos piratas, pero nos enfrentamos a grandes peligros y el pueblo de la Liga de Planetas ya está en aviso. Se dice que andorianos y kiwis llevan años instruyendo a esos seres de la Tierra.

—Humanos, Kidd. Ahórrame tus lloros, te lo pido.

—Ya os traje unos cuantos, mi señora.

—Y tu incompetencia hizo que los malditos soldados de la Tierra recuperaran muchas de las muestras.

—Si no os hubierais demorado en los pagos y en darnos escolta desde la Zona Muerta hasta el Imperio, ahora estaríamos hablando de otras circunstancias. Además, se me debe el pago de aquella nave con humanos que capturamos para el Imperio en el sector H81. Y ahora está la condenada policía interplanetaria…

—¡Basta! —gritó la reina.

Kidd apretó el puño y sintió el frío acero de la punta del sable tocando su pecho y el rugoso tacto de la pared en su espalda. Squeegie se había escondido detrás del trono de mando de la nave.

—Perdonad mis modales, mi reina.

—Ya te he escuchado lo suficiente. Quiero lo que pago, Kidd. Estabas de acuerdo antes y deberías estarlo ahora. No quisiera que tu libre albedrío dentro de mis posesiones llegue a su fin. Como tampoco querría que el planeta Plitsky sufriera una nueva leva.

—No será necesario, mi reina.

—Quiero las bodegas de tu Halcón de Hierro repletas de seres humanos para mí. En cuanto al dinero, te será transferido inmediatamente. Pero no me falles, querido capitán, o Plitsky sucumbirá bajo el fuego de mis naves.

—Mi destino no debe ir ligado al destino de mi planeta. Ellos no responden por mis actos.

—A partir de ahora, me temo que sí.

—El planeta que me vio nacer sirve con orgullo al imperio desde tiempos olvidados en el pasado, mi reina. Estas amenazas no proceden.

—Tu planeta es un nido de víboras sanguinarias, piratas, corsarios, mentirosos y timadores.

—Es lo que os decía, mi reina.

—Déjate de idioteces, Kidd. ¿Quieres dinero? Humanos es la respuesta correcta.

La reina cortó la transmisión. El capitán Kidd permaneció en silencio mirando a la pantalla negra. El silencio en el puente de mando era abrumador. Le dolía la cabeza y sentía un picor recurrente en las garras. Sabía que los errores en el imperio se pagaban caro, pero aquello era ir demasiado lejos. Sintió un peso abrumador sobre sus hombros y respiró con profundidad.
Squeegie regresó y rodó por su pecho hasta caer en su prominente panza. El bicho miró a su amo con ojos cansados y enrojecidos de llorar.
El capitán intentó calmar a su mascota con unas ligeras caricias de sus garras enguantadas sobre su cabeza cubierta de espeso pelo marrón. Squeegie ronroneó como un gato y agitó nerviosamente la cola.

—Capitán —reclamó de repente uno de sus hombres—. La nave imperial se aleja del sector, señor. ¿Cuál es nuestro destino?

Kidd estaba ausente, como ido y alejado, sumergido en sus pensamientos. Flotando en mitad de espacio, afligido y algo abatido.

—¿Capitán? —reclamó su hombre.

—Ya le he oído, contramaestre —respondió Kidd secamente.

Se pudieron escuchar los ruidos internos de la nave debido al profundo silencio que se instauró en la sala. Kidd contempló a su mascota que se había tumbado bocarriba para disfrutar de las caricias del capitán. Pensó en Plitsky. Pensó en su mujer. Pensó en sus polluelos.

—¿Capitán? —rompió el silencio el contramaestre—. Debemos movernos, señor. Estamos muy expuestos en esta ruta comercial.

—¿El mayor de tus críos todavía quiere embarcarse con nosotros? —preguntó el capitán ante la sorpresa de todos.

El contramaestre pestañeó y se rascó la barbilla antes de responder.

—Sí, capitán. Quiere ser pirata como su padre.

—Vienen malos para nosotros, Durán. Muy malos tiempos.

—Nunca son buenos tiempos para ningún pirata, capitán —respondió el contramaestre con la cabeza gacha.

—¿Cuánto hace que vives en Plitsky, contramaestre?

—35 años, capitán. Fui el primer dargonita que vivió en Plistky. Luego vino mi mujer, capitán.

—¿Echas de menos Dargon?

—Todo lo que tengo está en Plitsky, capitán.

—Yo también, amigo. Yo también. ¿Cuánto llevas conmigo, Durán?

—12 intensos años, capitán.

—¿Y tú, Erguin? —preguntó mirando a su piloto principal.

—10 años, capitán —respondió inmediatamente Erguin.

—¿Y tú, Roddo? —preguntó mirando a su astroguía.

—9 años, capitán.

—¿Y tú, Suarriga? —preguntó mirando a su artillera principal.

—9 años, capitán.

Kidd se levantó del trono de mando y dejó a Squeegie sentando en su lugar. Descendió hasta la base de la sala y contempló a su tripulación y paseó entre ellos esquivando sus puestos y a los distintos instrumentos que se apelotonaban en el puente de mando.

—Todos lleváis años conmigo —arrancó a decir el capitán—. Todos sin excepción. Eso es una rareza en esta profesión; lo sabéis de sobra. Si he sido duro, quiero que sepáis que ha sido por vuestro bien. Y me gusta pensar que he sido duro, pero justo. Me dolería pensar que consideráis lo contrario. Confiáis en mí, y os lo agradezco. Y yo confío en vosotros; otra rareza en esta profesión. Es por eso que es justo que sepáis la verdad antes de continuar.

La tripulación miraba con atención a su capitán. Algunos se revolvieron en sus butacas al escuchar la última frase del capitán Kidd.

—Fui yo —prosiguió—. Fui yo el que filtró la localización de los colonos a la Tierra. Por eso pudieron encontrarnos tan rápidamente y rescatar a casi todos. Me aseguré de que nosotros ya nos hubiéramos marchado del campo de retención imperial antes del ataque de la Liga de Planetas. Pero fui yo.

La tripulación no salía de su asombro y se miraron unos a otros con incredulidad ante las palabras de su capitán.

—Traición —saltó una voz desde el fondo del puente.

—Exacto —respondió Kidd inmediatamente—, pero tenía mis motivos.

—Si la reina se entera, no habrá mañana para nosotros, capitán —afirmó el contramaestre Durán.

—Cierto, mi buen amigo. No podría estar más de acuerdo —Kidd se frotó los ojos con fuerza y se aclaró la garganta—. He dicho que tenía mis motivos y mi error fue no compartirlos con vosotros. Vosotros también sois mi familia.

—Te ofrecieron más dinero los humanos —se aventuró a pronunciar Suarriga la artillera.

—No —respondió Kidd—. Lo hice porque sabía cuál iba a ser el destino de aquellos seres frágiles y vulnerables. Sentí lástima. He visto lo que la reina hace con los Gherkin, y creo que hará lo mismo con esos humanos. Pero los humanos son distintos a los pasivos Gherkin. Los humanos pelean hasta la extenuación o hasta la propia muerte. Los gherkin están al borde de la extinción y no deseo que eso le pase a ningún otro pueblo que hayamos conocido.

—¿Qué nos importan otros pueblos? —preguntó una voz anónima al otro lado del puente. Alguno que otro se unió a la cuestión.

—Eso es. Somos piratas, carajo —contestó Kidd—. Llevo semanas haciéndome esa misma cuestión una y otra vez. Hasta que la reina nos ha amenazado. He comprendido que cualquiera de nosotros puede ser ese pueblo. Por eso hice lo que hice inconscientemente.

Todos los presentes escucharon con atención a su capitán.

—La reina nos matará —protestó Roddo.

—¿Es que acaso no lo veis? —rugió Kidd—. Estamos todos muertos. Todos. La reina está desquiciada, Lazarus Slade y sus maestros se han vuelto unos sanguinarios brujos y las tropas del imperio se alimentan con los cadáveres de las revueltas que están brotando en todo el imperio. El Imperio ha caído, amigos. Y todos vamos a ser arrastrados por ellos.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó el contramaestre nerviosamente.

—No lo sé. Pero sí sé que hoy he dicho basta a la reina y a sus secuaces. Vamos a cambiar de estrategia, chicos.

—Explícate, capitán —pidió el contramaestre.

—Lo que viene ahora será peligroso, os lo advierto. Lo que viene ahora será nuestro fin. Pero sí os pido que confiéis en mí porque mi único interés, y esto lo digo con la garra en el corazón, es salvar a nuestras familias. Todos vivimos en Plitsky. Todos tenemos a alguien allí esperándonos. Y no puedo soportar, como vuestro capitán que soy, que alguien los amenace así. La muerte en nuestro oficio es lo natural. La muerte de nuestros familiares por nuestro oficio es una aberración propia de cobardes.

El capitán regresó a su trono de mando y levantó a Squeegie para descolgarlo sobre su hombro. Desde el pedestal del asiento miró a todos sus hombres.

—Si es vuestro deseo regresar a casa ahora mismo, os dejaré en la primera base de repostaje que encontremos y podréis ir en paz. Si queréis uniros a mí en esta peligrosa y mortífera aventura, os lo agradeceré hasta el último aliento que me quede. Lo que quiero es que tengamos un sitio al que regresar todos y ya regresarán los viejos tiempos de la piratería.

Silencio. El capitán se sentó en su trono esperando a que su tripulación deliberara tras su discurso. Sabía que tenían mucho que pensar y comentar.

—Yo voy contigo —gritó el contramaestre.

—Y yo —se unió Roddo.

Todos y cada uno de los presentes levantaron su voz para unirse al capitán. Éste, henchido de orgullo y casi sin poder reprimir la alegría por el compromiso de su tripulación, dio las gracias a su tripulación levantándose del trono y aplaudió el gesto de su gente.

Tras unos instantes de jolgorio, pidió calma y todos regresaron a sus puestos. Kidd se sentó en el trono y dio las órdenes oportunas.

—Navegador, vamos a Tortuna. Comunicaciones, dame línea.

La pantalla de su trono se encendió y emitió una luz verde intensa. Kidd introdujo unos parámetros de llamada en la consola y esperó. Tras unos largos segundos alguien apareció en la pantalla.

—¿Qué cojones quieres, Kidd?

—Hola, Geezi —contestó el capitán sonriendo.

—Vete a tomar…

—Gracias, pero ya he cenado —cortó Kidd—. Deja tu mala baba de informador y chivato para luego, Geezi. Necesito algo y hay dinero de por medio.

—Eres una mierda de knorlg secada en el desierto, pero has dicho dinero y con eso te doy cinco segundos de mi tiempo. Habla rápido.

—¿Cómo consigo hablar con esos hijos de puta que se hacen llamar La Patrulla Galáctica?

Libre interpretación de The Adventures of the Galaxy Rangers

En el año 2086, dos pacíficos extraterrestres viajaron a la Tierra buscando nuestra ayuda. En agradecimiento, nos dieron los planos del primer hiper impulsor, lo que permitió a la humanidad abrir los caminos a las estrellas. Así se reunió después un equipo selecto que protegería a la Alianza planetaria; exploradores valerosos, devotos de los más altos ideales de justicia, y dedicados a preservar ley y orden en la nueva frontera.